Como algunos ya sabréis, decidí aportar modestamente mi granito de arena en la inciativa que organizó Marie April del blog KISSABOOK .Pues bien, hoy 21 de Diciembre, día del fin del mundo ha dado a luz "Susurros de invierno", un ebook gratuito con relatos sobre la navidad escrito por varios autores (entre los que me incluyo, en-qué-estaría-yo-pensando-oh-dios-mío) que podéis descargar gratuitamente desde este enlace: "Susurros de invierno"
Por mi parte he de decir que me decidí a escribir un relato para contribuir en el ebook con la esperanza de que una parte de mi se vea reflejada en él, y poder enviárselo (aún no sé cómo) a mi vecino de al lado. Ya sé que en mi piso azul no tenemos ni chimeneas ni jardines...pero sólo me bastaría con que estuvieras aquí conmigo para ser feliz. Ojalá lo leas.
UN INVIERNO MÁS
Cuando el último copo de nieve golpeó mi ventana, supe que había pasado un invierno más. Y te recuerdo aquel otro glacial invierno, el primero que estuvimos juntos, cuando te regalé aquella bufanda a rayas que años más tarde me confesaste que odiabas. Fue el año en que no nevó pese a tus insistentes miradas a la web del tiempo y mientras me jurabas y perjurabas que sí lo haría. Yo me reía diciéndote que no tenías ni idea. Y así lo fue. Aquel, fue un año terrible.
¿Recuerdas el frío que pasó aquel presidente negro mientras era investido en Washington? Tú me decías que preferías estar mil veces conmigo delante de una chimenea con un fuego rojo, tanto que te lloraran los ojos, que ser el centro del mundo en esos momentos. En la tele sonaba un discurso cuando me besaste por primera vez, con ese sabor a té recién hecho temblando en tus labios. Con mucho limón, como a mí me gusta. ¿Y no sonaba de fondo el “Back to black”? No me hagas mucho caso, ya sabes cómo me gustan los detalles. Y pareció una premonición porque unos meses más tarde se congregó un grupo de poderosos que tenía que reunir un montón de dinero para ayudar a los países con mayores dificultades ante la crisis… y que al final no quedó en nada. Pero a nosotros no nos importaba. Sólo teníamos que estar juntos, disfrutar el uno del otro y dejarnos llevar como aquel avión sobre el río Hudson. Tan raro como un eclipse lunar.
Y con ese brindis tan lleno de futuro y de esperanzas, con tus gafas apoyadas en la frente y con tus prisas, acabó aquel invierno. Frío por fuera y caliente por dentro.
El año siguiente te sentías algo frágil. Mientras yo pintaba las paredes de nuestro hogar, tú te ibas mudando de habitación a habitación para que no te molestara. Reconozco que me enfadé contigo porque esas cosas teníamos que hacerlas juntos. Como poner el árbol de navidad aquel diciembre algo a lo que tú te negaste rotundamente porque no te encontrabas bien. No pasaba nada mientras cada noche me acariciaras y abrazaras para que durmiera tranquila al calor de tu cuerpo.
Y me recuerdo por aquel entonces tan llena de vida, que parecía que iba a explotar. Como aquella niña dada a luz en esa patera una fría mañana. Agarrándose a una vida que la quería fuera, que no la deseaba. Te lo comenté esa misma noche, de espaldas a ti, mientras recogía la cena y tú te tomabas un Patxarán y mirabas por la ventana las estrellas que, lejanas, te iluminaban la mirada. Por un instante. Sé que me comentaste algo sobre documentación. Una idea. Yo sólo quería que se detuviera el tiempo y estar siempre así. En ese invierno que se tornaba tan cálido para nosotros. En esa noche en la que te levantaste rápidamente, derramando algo de tu bebida sobre la mesa, me abrazaste por la cintura y al oído me susurraste: “I've never seen you looking so lovely as you did tonight, I've never seen you shine so bright”.
El último invierno no pudiste más. Mientras ibas pasando hojas, observaba de reojo las espirales de humo que formaba el cigarrillo que con aire distraído te fumabas allí, al pie del escritorio. La televisión daba noticias sobre el cambio climático. Algo sobre una reunión en Durban de hacía un mes para prorrogar el Protocolo de Kyoto. Y este era el invierno más cálido en no sé cuántos años. Tenían razón aunque en nuestra casa estaba siendo el más frío. Y no te estabas enterando. Seguías inmerso en una historia que yo no entendía porque no era la nuestra. No éramos tu y yo. Era otra gente, en otro contexto, lejos de aquí…tan lejos que ni los sentía. Pero tu te empeñaste en que después de esa navidad todo sería diferente. Otra vez habría un fuego rojo intenso encendido en nuestra chimenea. Otra vez se llenarían de vaho las ventanas de nuestra habitación tan vacía desde hacía ya algún tiempo.
Ese año no hubo brindis con prisas. Tampoco canciones sonando de fondo. Ni ruido de televisiones. Sólo un frío intenso recorriendo mi cuerpo la mañana en que descubrí que ya no estabas, que te habías ido dejándome allí, en esa casa con jardín en el que no recordaba las flores que después de cada invierno volvían a florecer.
El 31 de diciembre me sorprendió de pie, delante de su escritorio. Con cada campanada una hoja de su relato caía al suelo mientras yo me hacía más y más pequeña. Sólo era la historia de un escritor que estaba tan metido en su mundo que su mundo lo engulló.
Y fue leyendo su cuento cuando el último copo de nieve golpeó mi ventana, y supe que había pasado un invierno más… sin ti.
Aurora Lejana