miércoles, 25 de julio de 2012

“BLANCANIEVES DEBE MORIR”, Nele Neuhaus

¿Cuánto tiempo llevaba observando la lluvia caer por mi ventana? ¿5 minutos? ¿media hora? ¿toda una vida, quizás? Dejé mi taza de té, recuerdo de algún viaje en el que perdí más cosas de las que cabía esperar, apoyada en el quicio de aquel marco que me enseñaba -tras el cristal- un mundo pasar. Mientras iba contando las gotas de lluvia observaba de reojo las espirales de humo elevándose hacia el cielo que formaba el cigarrillo que sospechaba sería de mi vecino de al lado. Quizás estuviera pensando qué fue de aquella chica que lo dejó tirado en ese bar o qué diablos fue de él. Qué sé yo. Probablemente no pensara en nada. El caso es que siempre me ha parecido curiosa la perspectiva que te da mirar desde una ventana. Hace años, antes de mudarme a mi querido edificio de papel, vivía en una casa con grandes ventanales. Mi habitación se encontraba en la primera planta y era más pequeña que en la que me encuentro actualmente. Lo único que tenían en común, era una gran ventana por la que a mí me gustaba mirar –lo más probable, es que de ahí naciera mi afición a observar por cualquier hueco de una pared-. Pues bien, como te contaba visitante, siempre me llamó la atención el sentimiento de estar ajeno a cualquier cosa que pasara más allá del cristal que me separaba de la calle. Era yo la que miraba desde arriba. Te explico, por aquel entonces, cursaba historia del arte en COU. Un día el profesor nos comentó en qué consistía la llamada “perspectiva caballera” que era observar los objetos como si estuvieras subido a un caballo (de ahí el nombre). Y cada vez que me asomaba por un ventanal, sentía que estaba montada a un caballo desde el cuál veía a la gente, abajo, pasar.


Te preguntarás, visitante, por qué te cuento todo esto. Sigue leyendo.


En esas estaba yo, cuando escuché que mi vecino de al lado cerraba la ventana. Como un impulso que no sé muy bien de donde venía, abrí la mía y me asomé tratando de conocer por fin a la persona que orientaba mis lecturas, mis noches de películas, mis canciones, mis pensamientos…todo. Pero fue en vano porque a continuación oí el cerrojo con el que cerraba la puerta. Mientras la lluvia resbalaba por mi rostro contrariado, pude fijarme en un detalle. Sobre su escritorio había un libro: “Blancanieves debe morir”. Cuando quise darme cuenta mis pies me llevaban rápidamente a la librería que hace esquina cerca de mi edificio azul. Quién sabe si me crucé con mi vecino de al lado…


Nunca el título de un libro me había llamado tanto la atención. Y aviso, no es la típica novela policiaca: un sombrío día de noviembre unos obreros encuentran un esqueleto humano en un antiguo aeródromo del Ejército norteamericano en un pueblo cerca de Frankfurt. Poco después alguien empuja a una mujer desde un puente. La investigación lleva a los comisarios Pia Kirchhoff y Oliver von Bodenstein al pasado: hace muchos años, en la pequeña localidad de Altenhain, desaparecieron dos muchachas sin dejar rastro. Un proceso judicial basado en pruebas circunstanciales hizo que el presunto autor Tobias acabara entre rejas. Ahora este ha vuelto a su pueblo. La desaparición de otra chica desatará una auténtica caza de brujas.


¿Sabes aquello de: ya sabía quién era el asesino nada más empezar la novela? Pues con Blancanieves hemos topado, porque me juego lo que quieras -¿un libro?- a que no lo adivinarías visitante. Porque en “Blancanieves debe morir”, lo más importante no es quién mató a las muchachas, esto sería más bien la excusa con la que Nele nos recrea un pueblo opresivo y decadente de la Alemania profunda donde muchos callan y los que hablan lo hacen sólo a medias. En muchas ocasiones Tobias, eje principal de la historia, cede el protagonismo a un amplio abanico de personajes, que atraerán en seguida tanto por su historia como por su sutileza y matices.


¿Y no crees, visitante, que el pedestal sobre el que estaba postrada Blancanieves tenía una cierta “perspectiva caballera”?

lunes, 23 de julio de 2012

Abro la puerta de mi habitación azul y una bocanada de aire me golpea el rostro. Me he dejado la ventana abierta y escucho esta canción proveniente de la habitación de mi vecino de al lado. Descubro que no ha cambiado nada, seguimos corriendo delante de los mismos. Una lágrima desciende por mi rostro, ¿el futuro era esto? Hoy me siento atrapada en azul. Aurora Lejana

viernes, 20 de julio de 2012

"LA DELICADEZA", David Foenkinos

    Aquel día, dejé mis gafas encima del escritorio de madera de pino comprado en unos grandes almacenes, cuando escuché el sonido de un móvil. Supe que no era el mío porque soy de esa clase de personas a las que les gusta pensar que puede ser catalogada a través de la música que lleve como  melodía de móvil. Es simple, no me gusta la llamada “música comercial”. Siempre pensé que esperando en la cola del súper conocería al que sería el hombre de mi vida tras una llamada, un tanto inoportuna por qué no decirlo, de alguna persona con ganas de saber de mi, y que tras esa melodía rebuscada de un grupo que para nada suena en las radios más punteras de este país, el hombre de mi vida y yo nos miraríamos con ese destello en los ojos que indica una sorpresiva  complicidad. Visitante, ya te advertí que era una sentimental. El caso es que, como ya te dije, ese sonido no era el de mi móvil, pues era el típico (tópico) ring ring de toda la vida. ¿Sería mi vecino de al lado, de los que hacen llamarse ahora, retro?¿quizás vintage? ¿o sería de esas personas que no piensan en conocer a la mujer de su vida en la cola del súper y por eso no llevan una melodía “personalizada”?  ¿sería eso demasiado vulgar para él? Ante estos pensamientos me encontraba cuando le escuché hablando con su interlocutor (o interlocutora, nunca lo sabremos, visitante) sobre un libro que acababa de leer llamado “La delicadeza” de un tal David Foenkinos.

Como ya te dije visitante, mi vida que en esos momentos, y también en estos, estaba carente de cualquier clase de emoción decidí ir a la librería más cercana para hacerme con un ejemplar. Y me lo leí. Y sentí.
En “La delicadeza” conoceremos a Nathalie, una mujer felizmente casada con el hombre de sus sueños, François, y que tras un terrible accidente mortal de éste pasará a vivir encerrada entre las cuatro paredes de su casa. Únicamente saldrá para ir a la oficina, de este modo el trabajo se convertirá en su puente de salvación. Allí conocerá a Charles, a Markus, a Chloé…
Pero “La delicadeza” no trata de tristeza. Tampoco de alegría. Trata de dejarse llevar, de la ternura, de sentir que tu vida sigue un camino que tú no esperabas y que, por qué no, puede ser igual de bueno que el que habías trazado en tu mente. De cambios. De los recuerdos, que no hay que olvidarlos jamás. Es una historia contada al revés, la protagonista ya ha encontrado el amor de su vida, y lo pierde, y tras una larga tregua, conocerá a otras personas que la ayudarán de una forma o de otra a volver a reconciliarse con la vida.
Porque ¿qué es más importante que esforzarse en intentar encontrar un poco de amor antes de que la vida haya pasado de largo?
Aurora Lejana